El realismo animado de Mâlet
por Sylvia Miranda

Hablar en términos de realismo en el arte siempre es un riesgo; el concepto de por sí es problemático, pero me animo a hacerlo frente a los nuevos lienzos de Mâlet, en un sentido que deseo señalar. Algunos dirán que el cambio del pintor está sobre todo en la factura pop por la que opta en sus últimas creaciones – novedad para los ya conocedores de su obra-, nada que objetar ante este hecho que salta a la vista: la técnica de la reproducción seriada, la iconografía hiperrealista, el uso de los colores primarios puros, y hasta un guiño a Andy warhol en su cuadro titulado Ubre blanca, por demás significativo del homenaje al pintor norteamericano. Pero, también encontramos toda una amplia serie de intertextualidades más savantes, diríamos: grabados de Durero, dibujos de Leonardo, fotografías y cuadros de Picasso y hasta Kafka en una recreación de la metamorfosis de Gregorio Samsa; y todo esto, convive, se yuxtapone, se amalgama, con personajes del cómics francés y norteamericano, con códigos de conservantes, colorantes, emulgentes, saborizantes, con guerreros medievales luchando contra virus, o llamas escupiendo sobre códigos de barra... Cabría preguntarse ¿cómo vincular pulsiones interiores ya de por sí múltiples e incomprensibles – en su mayoría – con los avatares diarios, reales, con nombres, lugares, fechas? La visión de la respuesta es la de un mundo de locos, incontrolable que se reproduce sin cesar y se nos escapa sin remedio, que nos seduce y al mismo tiempo nos atemoriza; y sin embargo, el arte encuentra los caminos, las combinaciones, las posibilidades, las osadías, pega los fragmentos y nos devuelve la realidad verdadera como quería Platón, brotando de la apariencias u ocultándose en ellas para atraer el espectador, para interpelarlo, para revelarse y revelarlo, establecer el múltiple discurso, el lenguaje vivo: el sensitivo – táctil, visual, olfativo – del pincel que resuelve su propio discurso sobre el lienzo y el cognitivo, poblado de un imaginario compartido, que trasunta el del historiador que es también Mâlet, y que en fin de cuentas se carga, se renueva con la propia emoción pulsional del artista.

Depredador

Con Bugs Bunny, con el Cristo de las jeringas, con el cuy peruano, con Alba el conejo verde de Eduardo Kac, con la faz melancólica de Picasso frente a un código de barras, con las banderas hegemónicas y las famélicas, Mâlet nos habla de hoy, de la guerra, de la manipulación genética, de las epidemias, del libre mercado de unos, de las luchas por la supervivencia de otros, de la fuerza resistente de la naturaleza en tensión con la ciencia, ya que se puede decir del cóndor que asoma en uno de los lienzos de Mâlet lo que Rilke dijera de los leones “nada saben de impotencias mientras dura su esplendor”.

Por eso, la nueva serie de Mâlet nos asombra por la energía, el humor, el trasfondo vital que logra transmitir aludiendo a temas tan actuales y complejos; ante sus cuadros podremos esbozar una sonrisa, ciertamente ambigua, donde atisbamos que nos reconocemos, que hay algo de ese caos compartido que está dicho, que no hemos sido olvidados, que esa multiplicidad que somos ha encontrado una imagen posible o como diría Hölderlin “¿Sabéis su nombre?, ¿el nombre de lo que es uno y todo? / Su nombre es belleza.